Dédalo gritó:
- ¡Ya sé cómo vamos a salir de aquí!
Y se puso a construir unas alas muy grandes con cera y plumas.
Cuando tuvo las alas terminadas, se las ató a Ícaro a la espalda. Luego Ícaro le colocó a su padre las suyas.
Antes de partir, Dédalo advirtió a su hijo: -Ten cuidado, hijo mío, no subas muy alto-
Pensaba que, si se acercaba mucho al Sol, la cera de las alas se iba a derretir y caería al mar. Ícaro comenzó a mover las alas con sus brazos, como hacía su padre, pero pronto se separó de él... Cuanto más subía, más contento estaba. Hasta que se olvidó que iba a su patria y del consejo de su padre. ¡Era tan hermoso el Sol! Podría subir mucho más y verlo de cerca...
Volando junto al mar, Dédalo miraba al cielo. Ya no veía a su hijo. Un rato después vio a lo lejos, sobre el agua, las alas de cera y plumas. Ícaro había caído al mar.>
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